Hoy, el Estado de Chile realizará un acto público de reconocimiento de la responsabilidad internacional por la violación de los derechos de Karen Atala y sus hijas. Esta responsabilidad fue determinada en la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos Atala Riffo e hijas vs. Chile.
Dicha decisión especifica lo requerido para este acto: el Estado debe “asegurar la participación de la víctimas que así lo deseen” y exige que estén presentes “autoridades estatales […] de alto rango”. Con todo, precisa la sentencia, “deberá existir representación del Poder Judicial en el acto” (parágrafos 263 y 264). Debe recordarse que la discriminación sufrida en razón de su orientación sexual, surge de la sentencia de la Corte Suprema que le privó de la tuición de sus hijas. De ahí que la Corte Interamericana sea tan detallada sobre la forma por la cual debe efectuarse el acto público.
Si bien el Estado hablará por el pueblo de Chile, me permito escribir una disculpa para Karen Atala y sus hijas. La violación de sus derechos es una cuestión que debe llamarnos a la reflexión, cambiar nuestro discurso público y motivarnos a la acción política. El símbolo del perdón exige precisamente eso. Vayan aquí, entonces, las disculpas junto a un compromiso para convivir mejor en la diferencia.
Perdónanos, Karen, porque en la semana en que la Declaración Universal de Derechos Humanos cumple 64 años, Chile reconoce que ha violado tus derechos.
Perdónanos, Karen, por no tener ciudadanos con conciencia cívica, educados en sus derechos y en el respeto de las obligaciones internacionales de derechos humanos.
Perdónanos, Karen, porque nuestra praxis judicial fue miope al valor de la diversidad sexual y violentó tu dignidad y la de tus hijas.
Perdónanos, Karen, porque pese a que este año se promulgó la ley que establece medidas contra la discriminación, a Chile aún le queda un largo trecho por recorrer en la reivindicación de los derechos de la comunidad de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales.
Perdónanos, Karen, porque los esfuerzos legales se muestran casi insignificantes cada vez que conocemos de agresiones y golpizas brutales a personas que aman distinto a la mayoría.
Perdónanos, Karen, por todos aquellos ambientes laborales insoportables en los que se hostiga y acosa por motivos de orientación sexual.
Perdónanos, Karen, por ese humor vulgar que tanto gusta en Chile pero que olvida el dolor que le genera a quienes son diversos sexualmente.
Perdónanos, Karen, porque todavía tenemos políticos y representantes populares que estructuran su discurso sobre la base de prejuicios, la ignorancia, el asco -como bien recuerda Martha Nussbaum– y, para decirlo derechamente, la homofobia.
Perdónanos, Karen, porque esa homofobia que se despliega en el ámbito público es aún más violenta en el ámbito privado.
Perdónanos, Karen, porque los escasos avances en igualdad reaccionan a lo que les sucede a víctimas como tú, tus hijas o a Daniel Zamudio.
Perdónanos, Karen, por nuestra elite desconsiderada y su falta de civismo y virtud republicana al tratar al otro.
Perdónanos, Karen, porque en Chile la promesa de la igualdad es agridulce, es una utopía en construcción que aún está muy lejana.